RINCÓN LITÚRGICO #20: LA UNCIÓN DE ENFERMOS

 

En la carta del apóstol Santiago tenemos el testimonio más antiguo sobre cómo desde el principio de la predicación de los Apóstoles la unción de enfermos se ofrecía como ayuda en los momentos difíciles.

¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. (Santiago 5, 14)

Si así se hacía en la Iglesia desde el principio, es porque en cierto modo se quería imitar a Jesús que curaba a los enfermos, los confortaba y les animaba. Jesús busca la salvación total de la persona, por eso perdonaba los pecados, pero también con frecuencia, curaba a los enfermos. El perdón de los pecados, y la curación, están a menudo unidos en la actuación de Jesús, y así lo vemos cuando envía a sus apóstoles diciéndoles: “Curad a los enfermos y decidles: el Reino de Dios está cerca de vosotros”.

“Con la sagrada Unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, 

toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado 

para que los alivie y los salve. 

Y más aún: los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo;

 y contribuir, así, al bien del pueblo de Dios”.

Ha sido una pena que a lo largo de los siglos este sacramento perdiera su valor y sentido inicial. Poco a poco la Unción de Enfermos se fue convirtiendo en un sacramento para el momento de la muerte: se llamaba al sacerdote cuando el enfermo estaba en la agonía o incluso ya muerto. “Para no asustarle”- se decía-. Porque con la venida del sacerdote se entendía como que ya el enfermo no tenía ninguna esperanza de vida. Por eso el sacramento perdió su nombre original (Unción de enfermos) y pasó a ser llamado “Extremaunción”, como un último e irreversible pasaporte para la muerte.

Afortunadamente ahora sabemos que eso no debe ser así. La Unción de enfermos es el sacramento para acompañar en la enfermedad grave y en la debilidad de la vejez con la fuerza del Señor. Y sabemos que vale la pena que el enfermo, o persona mayor reciba este sacramento cuando está consciente, siendo un momento de celebración de fe, en el que se siente acompañado por la comunidad cristianas y sus familiares.

El Concilio Vaticano II ha querido que se recuperar este sentido original de este sacramento, y dice: “La Unción de los enfermos no es un sacramento sólo para los que están a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o por el paso de los años”.

Continúa el Vaticano II proponiendo un cambio en la práctica de este sacramento:

“La finalidad de este sacramento, no es por lo tanto ayudar a morir, sino más bien ayudar a vivir los momentos difíciles de la vida que nos llegan con el paso de los años y con la enfermedad grave”.

Y si este sacramento no es para morir, también hay que decir, que tampoco es un sacramento “de la jubilación” como a veces se ha pretendido presentar. Es un sacramento “para los momentos difíciles de la vida, como son la enfermad o la vejez”.

¿Cómo debemos hacer entonces?

Si sientes el peso de los años (más de 75 años, por ejemplo), o tienes una enfermedad grave (no importa la edad), puedes recibir este sacramento. Prepárate para recibir esta gracia de Dios lo mejor que puedas. Quizás debas celebrar antes el sacramento de la penitencia (confesarte). Dedica algún tiempo más a la oración, a leer la Palabra de Dios, a practicar la caridad y la ayuda a los demás.

¿Sólo se puede recibir una vez?

Si por el paso de los años ya recibiste este sacramento, dale gracias a Dios, ofrécele tus obras de cada día. Ten la seguridad de que el Señor te acompaña en estos años difíciles. Sólo se empieza a ser mayor una vez en la vida.

Si tienes una enfermedad grave, no importa la edad, puedes recibir este sacramento. Si te has recuperado de una enfermedad, y pero vuelve a estar enfermo, puedes volver a recibir este sacramento.

El viático:

Cuando sentimos que hemos de emprender el “último viaje” y marchar a la Casa del Padre, contamos con la ayuda del mismo Jesús, que en la Eucaristía se nos ofrece como alimento para ese paso difícil que es la muerte.

La comunión, cuando está cercana la muerte, recibe el nombre de Viático.

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