Cuando
celebramos la misa, sucede esto:
· Nos reunimos en el nombre del Señor y Él cumple
su promesa de estar entre nosotros ("dónde dos o más están reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" , Mateo 18,20). Esto es
principal en todas nuestras celebraciones: Jesús está entre nosotros.
·
Las dos velas encendidas (o cuatro, o seis, si la celebración es
solemne) nos recuerdan esta presencia de Cristo. No son las velas las
que hacen que el Señor esté presente, sino que estemos reunidos en su
nombre. No para rezar por lo nuestro, ni por lo que a nosotros nos
interesa, sino para encontrarnos con él. Las velas por lo tanto son
un recuerdo de esta presencia.
·
Comenzamos:
“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”.
Por qué nuestra celebración en nombre de Jesús, y
nuestra unión con Él nos lleva a la unión con el Padre y con el Espíritu Santo.
·
El sacerdote nos lo recuerda con el saludo:
“El Señor esté
con vosotros”,
o bien
“La gracia
de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu
Santo, estén con todos vosotros”.
Estas palabras expresadas en forma de deseo, se hacen
realidad en la celebración de la misa.
·
Al reunirnos en torno a la mesa del altar, estamos cumpliendo el mandato
del Señor en la última cena:
“Haced esto
en memoria mía”.
Esto es lo que hacemos, reunirnos los discípulos en
torno a la mesa, donde Jesús (representado por el sacerdote) se nos va a
entregar.
·
También se recuerda y se nos invita a revivir la entrega a Jesús en la
cruz. Cada misa es como una “repetición” (lo liturgistas no dicen repetición,
sino “conmemoración” que es como decir que sólo ha habido una entrega de Jesús
en la cruz, pero en cada misa se hace presente aquella única entrega del
Viernes Santo) de la entrega de Jesús por nosotros.
·
La celebración de la misa es también celebración de la Resurrección de
Jesús, porque lo que celebramos es a Jesús, a todo Él, y por eso la misa es
conmemoración de la última cena, de la pasión de Jesús y de su Resurrección.
Por lo
tanto:
v
Es bueno, muy bueno, que recemos en nuestra casa, como nos invita Jesús a
hacer, entrando en nuestro cuarto y orando a nuestro Padre que conoce nuestro
interior, pero la celebración de la misa es algo muy distinto y mucho más
grande que lo que podamos hacer nosotros solos,la clave está en las palabras de
Jesús: “donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos”.
v
En la celebración de la misa, se realiza aquí en la tierra, con unos signos
pobres, lo que un día será el cielo, y el encuentro con el Señor. La Sagrada
comunión es anticipo de lo que será la común-unión con Dios en el cielo.
v
¿Se puede ir a misa cualquier otro día de la semana en lugar del domingo?
Cualquier día de la Semana podemos conmemorar la última cena del Señor, pero el
domingo es cuando se reúne la comunidad cristiana. Todos somos invitados por
Dios nuestro Padre a unirnos como hijos de una misma familia. El domingo es
el día de la victoria de Cristo, el día en que participamos de la resurrección
del Señor.
v
Por qué somos hijos de Dios, porque queremos vivir como hijos de Dios,
estamos invitados a participar de la entrega de Jesús. Si no estamos
bautizados, como los catecúmenos en los primeros tiempos, estamos invitados a
escuchar la palabra de Jesús, pero no a participar de la eucaristía. Si no
vivimos como hijos de Dios, y no cumplimos sus mandatos, estamos invitados a
cambiar de vida, a convertirnos y a volver a ser parte de la comunidad
cristiana (en los primeros siglos existían los penitentes, que en la puerta de
la iglesia pedían oraciones por sus pecados, y no participaban en la misa hasta
haber cumplido su penitencia).
“Sin la Eucaristía no podemos vivir”, respondió el mártir San Emérito (+298) cuando fue increpado por el soldado
romano al ser sorprendido con otros cristianos celebrando misa aunque les
estaba prohibido por el decreto del Cesar de este tiempo.
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