RINCÓN LITÚRGICO #22: CELEBRACIÓN DE LA MISA (2)

 



Cuando celebramos la misa, sucede esto:


“Cuando dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mateo 18, 20). “Haced esto en memoria mía”. (Lucas 22, 19). 

Estas palabras de Jesús contienen las razones profunda para celebrar la Eucaristía cada domingo. Teniendo en cuenta esta presencia del Señor entre nosotros, se comprende más fácilmente lo que hacemos en cada celebración de la misa. 

Después del saludo del sacerdote, que nos hace caer en la cuenta de esta presencia del Señor,
pedimos perdón por nuestras faltas.
No se trata de la conversión de nuestra vida, como si no viviéramos como el Señor nos pide y dijésemos: “ahora voy a misa y ya cambiaré”
El Señor ha invitado a los discípulos, no ha invitado a los fariseos, ni a los sacerdotes judíos. Son los discípulos de Jesús los que están en la última cena, la primera misa. Con sus debilidades, con su falta de fuerza para seguir a Jesús.

En los primeros siglos, los Santos Padres han visto en el lavatorio de los pies que realiza Jesús en la última cena una imagen de lo que nosotros llamamos el acto penitencial.
Jesús quiere lavar los pies a los discípulos, pero Pedro se negará, y sólo acepta cuando Jesús le dice que es la condición  para tener parte con Él; entonces Pedro acepta que Jesús le lave los pies y todo entero, pero Jesús le contesta que el que se ha bañado, sólo necesita lavarse los pies.

Los Santos Padres entienden en este “se ha bañado”, que los discípulos están limpios de pecado y no necesita más que quitarse el polvo de los pies, o las faltas diarias que se nos pegan. De esas, también se nos pide que nos libremos antes de celebrar la misa.
También perdonamos a los demás y les pedimos perdón.

Para poder participar en la misa también hemos de tener muy presente las palabra de Jesús en relación con el prójimo: “Si tu hermano tiene algo contra tí, deja tu ofrenda ante el altar y vete a reconciliar con tu hermano” (Mateo 5, 23-24). No se trata de que alguien nos haya ofendido o hecho daño de alguna manera, sino más bien si nosotros se lo hemos hecho a alguien. “Si tu hermano tiene algo contra tí,…” y con razón, tendríamos que añadir, “…vete a reconciliar con tu hermano”.

Tenemos que recordar que en numerosas ocasiones Jesús pone como “condición” de nuestra relación con Dios, nuestra relación con el prójimo; “Si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos, tampoco vuestro Padre os perdonará a vosotros” (Mateo 18, 21-35). Y así se nos invita a pedir cada vez que rezamos el Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Marcos 6, 12).

Celebrar la Eucaristía exige de nosotros no sólo que amemos a Dios, sino que amemos también a los demás. San Juan lo dirá bien claro: “Porque si no ama a su hermano, a quien puede ver, mucho menos va a amar a Dios, a quien no puede ver. Dios nos dio este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4, 20-21).

Participar en la misa no es algo que esté reservado para los santos, porque entonces, ninguno de nosotros podría nunca celebrar la misa. Pero en la celebración de la misa se manifiesta y realiza lo que de ver ser nuestra vida: unión con Dios y unión con el prójimo. De lo contrario, estamos realizando una mentira. Sobre esto, también nos advierte San Pablo: “De modo que quien coma el pan o beba el vaso del Señor indignamente, será reo de pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor. …pues el que come y bebe, come y bebe su propia condena si no distingue ese Cuerpo” (1 Corintios 11, 27-29).

¿Y Judas?

Éste sería el caso claro de aplicación práctica de lo que dice san Pablo a los Corintios. Probablemente Judas no participó completamente en la cena del Señor, pues el Señor le indicó que “lo que tengas que hacer, hazlo pronto”, y Judas salió antes de que el Señor diera el pan y el vino convertidos en su cuerpo y su sangre. Incluso si  creemos que Judas sólo participó en la primera parte de aquella última cena, tenemos que concluir que no lo hizo con provecho para su bien.

No podemos acercarnos a celebrar la misa, y mucho menos a comulgar, si no vivimos como el Señor y su iglesia nos pide. Lo contrario es dar un beso de traidor, como el mismo Judas.

El acto penitencial

En la liturgia latina, en el modo actual de celebración, tenemos tres modos de realizar el acto penitencial. Por lo general el sacerdote que presida la celebración va a dejar unos instantes de silencio. Es el momento de pedir perdón a Dios en nuestro interior, para disponernos así a pedir perdón unidos a todos los que asisten a la celebración, confiando en las palabras del Señor: “Si dos o más se ponen de acuerdo para pedir algo a mi Padre, él se lo dará”. El acto penitencial no es por lo tanto un rito meramente exterior, sino que recoge el deseo sincero de cada uno de nosotros de pedir perdón a Dios por nuestras faltas, y lo une a todos los que tienen ese mismo deseo.

- Recitar el yo confieso. Es lo más habitual. Aquí hay decir algo que tenemos que repetir en toda oración que recitemos: hay que hacerlo de corazón, echar de nosotros la rutina. Nuestro interior tiene que acompañar a nuestros labios.

- Recitar con el sacerdote: “Señor, ten misericordia de nosotros… porque hemos pecado contra ti”. “Muéstranos Señor tu misericordia,… y danos tu compasión”. Este diálogo, más allá de unas frases bonitas, tiene el valor ser diálogo con el sacerdote, que en la celebración de la misa representa a Cristo. Es el mismo Cristo el que el que intercede por nosotros ante el Padre y en esa petición nos incluye a nosotros, y nosotros también nos incluimos en ella, realizamos nuestra confesión y pedimos compasión.

- Kyrie eleison. Sea de una manera o de otra, en el acto penitencial no falta nunca la expresión: “Señor ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad”, en su versión traducida o en su versión original griega; Kyrie eleison. Es impresionante como esta expresión ha llegado hasta nosotros después de veinte siglos, y nos pone en contacto con aquellas primeras celebraciones, la mayoría de las veces en lengua griega. Esta expresión, así tan literal, ha permanecido durante siglos a pesar de que la celebración de la misa se ha realizado en distintas lenguas.

A veces el sacerdote elige realizar el acto penitencial sólo de esta manera (se suele añadir antes de cada invocación a Cristo un pequeño “tropo” o frase que da sentido a lo que estamos haciendo, por ejemplo: “Tú que siempre nos perdonas, Señor, ten piedad”, u otra adecuada). Con frecuencia en los tiempos penitenciales, o cuando la fiesta que se celebra es de gran solemnidad, se canta.

El acto penitencia concluye con las palabras del sacerdote: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”. Es la petición que se realiza en nombre de Cristo para que sea Él el que nos haga dignos de celebra la misa.

La paz

Hay que comentar, aunque sea brevemente, otro momento de la celebración de la misa, en el que la reconciliación con el prójimo también está presente: es el gesto o rito de la paz. Si el acto penitencial al principio de la misa es una petición a Dios de que nos conceda luz y fuerza para reconocer nuestros pecados (lo que incluye el mal que podamos haber hecho a los demás), el rito o signo de la paz, es la manifestación o expresión de nuestra fraternidad con el prójimo. Dar la mano, desear la paz, no es un saludo entre los que estamos allí; es como el anticipo de lo que se va a realizar allí: la común-unión, con Cristo cierta y principalmente, pero también con los demás.

De tal modo que si algo nos impide dar la paz a alguno de los allí presentes, no podemos comulgar, pues la comunión se convierte una falsedad.

Una curiosidad: el orden de penitentes

En los primeros siglos, aquellos que habían pecado gravemente, no sólo tenían que confesar sus pecados, generalmente ante el obispo, sino que entraba en lo que se conocía como “penitentes”. Durante un tiempo, con frecuencia tres años, estaban apartados de la celebración de la misa y no podían comulgar.

Este manera de actuar de aquellos primeros cristianos nos ha de hacer caer en la cuenta de lo importante que es que vayamos a celebrar la Eucaristía había llevado una vida según la voluntad de Dios.

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