RINCÓN LITÚRGICO #23: CELEBRACIÓN DE LA MISA (3)

 


Cuando celebramos la misa sucede esto

Se cumple la promesa de Jesús “Dónde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18, 20), pedimos perdón porque no siempre hemos vivido conforme a la voluntad de Dios y le alabamos recitando el gloria.

El gloria

Puesto que nos preparamos para celebrar el “misterio” de nuestra fe, nuestra actitud es de alabanza y agradecimiento a Dios. No podemos empezar de otra manera mejor.

Comenzamos con las palabras de los ángeles al anunciar  el nacimiento del Dios a los pastores.

Con este himno nos unimos también a generaciones de cristianos que lo han recitado. 

El origen de este himno se remonta a los primeros siglos del cristianismo, pues ya en el siglo II hay constancia de su existencia. El primer papa del que sabemos que introduce este himno es el Papa Telesforo (128-139), y de ahí se extendió a todas las celebraciones dominicales. En los primeros siglos era un texto reservado sólo a los sacerdotes, pero a partir del siglo XI fue cada vez más frecuente solicitar permiso para cantar el gloria en todas las celebraciones festivas.

Las referencias bíblicas y su antigüedad, hacen necesario que este himno no se deba sustituir por ningún otro texto, o canción, por bonito y adecuado que nos pueda parecer. En la Edad Media surgieron muchas versiones del Gloria en las que se ampliaba el texto, especialmente en las fiestas de la Virgen, pero estas interpolaciones fueron prohibidas repetidamente.

El gloria no se recita (o canta)en todas las misas sino en aquellas en las que se reúne el pueblo de Dios, es decir, los domingos y aquellas fiestas verdaderamente solemnes. Tampoco se hace en  los domingos de Adviento y Cuaresma, se espera a poder hacerlo de una manera solemne en la noche de la Navidad y en la Vigilia de Pascua.

Merece la pena que en alguna ocasión nos paremos saborear despacio el gloria. En la misa, el ritmo que se debe llevar para recitarlo todos juntos, quizás nos impida recrearnos despacio en su contenido. Recitarlo a nuestro ritmo, en nuestra casa, o en la iglesia, puede ser un buen modo de orar.

Gloria a Dios en el cielo,

y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Por tu inmensa gloria te alabamos,

te bendecimos, te adoramos, te glorificamos,

te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial,

Dios Padre todopoderoso,

Señor, Hijo único, Jesucristo.

Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre;

Tú que quitas el pecado del mundo,

ten piedad de nosotros;

Tú que quitas el pecado del mundo,

atiende nuestra súplica;

Tú que estás sentado a la derecha del Padre,

ten piedad de nosotros;

porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor,

Sólo Tú Altísimo, Jesucristo;

con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Amén.


Se continúa con la “Oración colecta”

La oración colecta que pronuncia el sacerdote después del gloria (o después del Señor ten piedad -Kyrie eleison, si no ha habido gloria), hace como su nombre indica: recoger el sentido concreto y particular de la misa que estamos celebrando. Cada domingo, incluso cada día, es distinta.

Las oraciones colectas de las fiestas de los santos son las más fáciles de comprender, pues junto con el nombre del santo, se suelen nombrar las cualidades por las que ha destacado y lo que pedimos a Dios en la fiesta de ese santo.

Las fiestas principales también nos descubren su sentido en la oración colecta.

Es una buena práctica escuchar, es más, unirnos a la oración del sacerdote y elevar, desde nuestro corazón, que no tiene que ser desde nuestros labios, la petición, alabanza o intercesión que nos propone la oración colecta.

A veces, nos puede ayudar a corregir el sentido que nosotros damos a una fiesta, y adecuarnos a lo que la Iglesia nos propone.

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