RINCÓN LITÚRGICO #13: CALLAR Y ESCUCHAR

 

Probablemente callar y escuchar son de los gestos menos y peor comprendidos de nuestras celebraciones. Quizás es porque hemos insistido mucho en que hay que participar activamente y las ceremonias son muy verbales. 

A la participación activa ya nos invitaba la Constitución sobre Liturgia del Vaticano II, (S.C. nº 30), con las respuestas, cantos, gestos, pero también con el silencio. Los documentos posteriores para aplicar el Concilio, también insisten en la necesidad del silencio aunque con frecuencia este hecho nos hace preguntarnos  ¿Qué pasa? ¿Qué hacemos?.

Sin embargo, la primera actitud del creyente ha de ser la de escuchar “Escucha, Israel” dice el libro del Deuteronomio (6,4). Los fieles somos edificados y crecemos al escuchar la Palabra de Dios. La comunidad cristiana es fundamentalmente una comunidad que escucha. En nuestras celebraciones somos invitados a permanecer en silencio y a escuchar, en numerosas ocasiones, como cuando se lee la palabra de Dios, o cuando el sacerdote recita las oraciones.

El silencio no es simplemente ausencia de palabras, forma parte integrante de las ceremonias y  nos convierte en actores activos.

Silencio ante el misterio.

El silencio no sólo es necesario en nuestra ajetreada vida. En verdad supone un cambio y un viaje al interior de una realidad más profunda y se convierte en un gesto simbólico de reverencia ante el misterio. La actitud de silencio, exterior e interior y de escucha atenta, hace posible la experiencia de ese misterio.

 Al que sabe callar y hace silencio, todo le habla, todo le resulta elocuente. El misterio se hace accesible como encuentro y comunión. Del mismo modo que en el mundo material y comercial la abundancia de algo produce su devaluación, en nuestras celebraciones, la abundancia de palabra hace que pierda valor. El silencio se nos ofrece así como necesario para devolver el verdadero valor a las palabras que escuchamos o pronunciamos.

Momentos de silencio

El silencio antes de la celebración es signo del misterio que vamos a celebrar. En el acto penitencial, guardamos silencio, para reconocer nuestros pecados, pero también como asombro al colocarnos delante de un Dios cuya misericordia contrasta con el mal que hemos hecho. La invitación del sacerdote: “Oremos”, es también una invitación a unir nuestras oraciones.

El silencio del ofertorio es una invitación a presentar y ofrecer al Señor nuestras obras y todo lo que forma parte de nuestra vida.

Después de la comunión, el silencio nos introduce directamente en el misterio de un Dios que ha querido hacerse alimento de nuestra alma.

El silencio al terminar la celebración, es así mismo signo y posibilidad de que hemos celebrado un gran misterio y que este misterio permanece con nosotros.

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