RINCÓN LITÚRGICO #26: CELEBRACIÓN DE LA MISA (6)

 

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El Señor se hace presente entre nosotros; pedimos perdón a Dios; le alabamos con el Gloria; y escuchamos la palabra de Dios y el evangelio.

EL EVANGELIO:

Después cantar o recitar el aleluya, escuchamos el evangelio, que también recibe el nombre de Palabra del Señor. La diferencia con la primera y segunda lectura es clara, pues se termina diciendo: “Palabra del Dios”, mientras que al terminar de leer el evangelio el sacerdote dice: “Palabra del Señor”.

La palabra Evangelio procede del griego y su significado es buena noticia.  

Para nosotros la palabra evangelio se ha convertido en sinónimo de un libro (o varios), pero no es este pues su significado primero que hemos de recordar y tener presente. Cuando Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Evangelio, no los manda leer un libro, sino transmitir una buena noticia. 

Fácilmente podemos imaginar a los primeros discípulos reunidos en torno a Jesús y escuchando sus palabras. Esto es lo que sucede cuando escuchamos el Evangelio, que el mismo Señor nos dirige sus palabras. Podemos también figurarnos a aquellos primeros cristianos, al poco de subir Jesús al cielo, reunidos para celebrar la Eucaristía, y a los apóstoles recordando las palabras de Jesús, quizás alguna parábola, algún milagro, o alguna otra enseñanza del Maestro. Así comenzó la costumbre de escuchar la palabra del Señor-Jesús en la celebración de la misa.

LOS APÓCRIFOS:

En los primeros años del cristianismo surgieron además de los evangelios que conocemos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) otros escritos que pretendieron también ser Evangelios, y que finalmente recibieron el nombre de “apócrifos”. Fueron rechazados por aquellos primeros cristianos por diversos motivos: suplantar la personalidad de algún apóstol (recordamos que en aquellos momentos era fácil comprobar la autoría de estos escritos, pues lo autores o supuestos autores todavía vivían), o bien por contener enseñanzas que no correspondían con lo que los testigos de la vida de Jesús había visto, o la mayoría de las veces por tener contenidos irrelevantes como sucede con numerosos evangelios de la infancia de Jesús.

LOS CICLOS:

Los domingos se leen, cada año, un evangelio sinóptico: Marcos, Mateo o Lucas. Así resulta que cada año se lee un evangelio y recibe el nombre ciclo, A, B, o C. El evangelio de San Juan, se lee a lo largo de los tres años en distintas ocasiones. Digamos que se va entrelazando con los otros evangelios, como cuando se lee en Semana Santa la pasión del Señor según san Juan.

La lectura del Evangelio la realiza el sacerdote, o si lo hubiera, un diácono. Es un signo de que esas Palabras provienen del Señor.

COMPRENSIÓN DEL EVANGELIO:

Como pasa con otras lecturas del Nuevo Testamento, dada la cercanía temporal a nosotros (sólo dos mil años de antigüedad) por lo general, nos resulta más fácil de comprender que las lecturas del Antiguo Testamento. Aunque hay que tener en cuenta las diferencias de cultura y de manera de expresarse de aquella época y cultura con la nuestra. Comprender, razonar, elaborar conceptos, es la manera en la que habitualmente funciona nuestra mente occidental. Pero la mentalidad de los orientales, y con ello de los autores de la Sagrada Escritura, se expresa más en imágenes.

Es decir, nosotros explicamos una cosa, transmitimos una idea, un concepto. Ellos prefieren una imagen, una narración o una historia. Hay que tener en cuenta esta manera diferente de expresarse. Entre nosotros, algo de eso hay, por ejemplo cuando para transmitir una enseñanza contamos una fábula. La fábula contiene una “moraleja”, que es lo que queremos que quede en la mente del oyente, pero la narración de la fábula, con los animales como protagonistas, ayudará a que se recuerde la historia y en último término la enseñanza que queremos transmitir.

Jesús hacía algo parecido con las parábolas. No es la parábola en si lo que quiere enseñar Jesús, sino la comparación a la que se refiere, la enseñanza que contiene.

Aun teniendo esto en cuenta, es posible que tengamos dificultades y nos preguntemos al escuchar un evangelio: “¿Pero a mí, esto que me dice?” Además de acudir a un buen comentario bíblico, la actitud de escucha del Evangelio, el reconocimiento de nuestra pequeñez es fundamental. 

Ante cualquier Evangelio tenemos que pensar que si es Palabra del Señor, la hemos de recibir, escuchar, acoger en nosotros. Quizás de momento no la entendamos, no entra por nuestra cabeza, pero no importa. La semilla que cae en tierra, no da fruto el primer día, sino que permanece en tierra hasta que llega el momento en el que tiene que dar fruto. Imitamos de este modo la actitud de María, de la que nos dice el Evangelio en diversas ocasiones que “guardaba estas cosas, meditándolas en su corazón”.

LOS EVANGELISTAS:

A los evangelistas se les suele representar con un símbolo que simboliza en cierto modo las características que se le atribuyen a su autor:

Mateo, con un hombre con alas, que nos recuerda que estamos llamados a ser hijos de Dios.

Marcos, con un león, símbolo de la fuerza y el coraje.

Lucas, con un becerro o buey, animal de carga, tranquilo y humilde.

Juan, con un águila que ve el mundo desde las alturas.


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