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El Señor se hace presente entre nosotros; pedimos perdón a Dios; le alabamos con el Gloria; y escuchamos la palabra de Dios y el evangelio. El sacerdote nos habla
CONFESAMOS NUESTRA FE: EL CREDO
Después de escuchar la palabra de Dios y del Señor; después que el sacerdote ha “explicado” esta palabra, la confesión de fe se muestra como algo lógico.
En la liturgia latina tenemos dos credos:
- El Apostólico, que a veces se llama “credo corto”
- El Niceno-Constantinopolitano, que a veces se llama “credo largo”.
En realidad, si lo pensamos un poco, existen en la Iglesia, a lo largo de los siglos, otras muchas confesiones de fe que podemos recitar y tener presente en nuestra vida. A la liturgia se han incorporado estos dos credos, uno por proceder en su contenido esencial de los apóstoles, y el otro por resumir la fe de concilios tan trascendentales como el de Nicea y Constantinopla.
Con cualquiera de ellos nos unimos a los creyentes de todos los tiempos que profesaron esta misma fe.
Hay que decir lo mismo cuando recitamos el credo que cuando recitamos otras oraciones: nuestra mente, nuestro corazón, nuestra vida, deben acompañar a nuestros labios.
LAS PRECES
Que también conocemos como peticiones u oración de los fieles, y que se hacen nada más terminar el Credo y justo antes del ofertorio.
Este es el momento en que confiamos en las palabras del Señor: “También os digo: si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier asunto por el que pidan, lo obtendrán de mi Padre que está en el cielo. Pues donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18, 19).
La razón por la cual la oración hecha por dos o más tiene un valor mayor, no es simplemente la fuerza de nuestra unión, sino la presencia del Señor entre nosotros.
El nombre de oración de los fieles viene de tiempos antiguos, donde los catecúmenos, que todavía no se podían llamar fieles en el sentido de que no habían recibido el bautismo, abandonaban la celebración y quedaban sólo los bautizados, llamados en este sentido fieles..
Son cuatro las peticiones que se realizan y ninguna de ellas debe faltar.
- Por la Iglesia. Lo que puede incluir al Papa, a los obispos, sacerdotes, y todos los que formamos la iglesia.
- Por los que tienen autoridad. Que incluyes a los gobernantes, responsables de decisiones a lo largo de todo el mundo.
- Por los que sufren. Los necesitados de cualquier manera. Aquí las posibilidades o necesidades son muchas.
- Por nosotros. No sólo por los que estamos en la celebración, sino por los familiares, amigos,… también las variaciones pueden ser múltiples.
Seguro que en alguna ocasión hemos contado más de cuatro peticiones. Es frecuente que alguna de las anteriores se concrete o especifique un poco más, por ejemplo, si queremos pedir los que sufren y tenemos presente a las personas que acuden a la Cáritas parroquial, podemos pedir “por los que sufren por carecer de lo necesario para vivir”, o si ha fallecido una persona conocida, podemos pedir por los difuntos ya que consideramos a esa persona como parte, o relacionada con nuestra comunidad.
FIN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA
Con la Oración de los fieles termina la llamada Liturgia de la Palabra, y va a comenzar la llamada Liturgia de la Eucaristía.
Tenemos así las dos partes principales de la misa, la primera la Palabra que de alguna manera es anticipo y preparación a la segunda, presencia de Cristo en el pan y el vino.
Estas dos partes de la celebración se nos presentan como paralelas y con muchas similitudes:
- En la primera (Liturgia de la Palabra), Cristo está presente en los fieles reunidos, en el sacerdote y la Palabra que se proclama. En la segunda (liturgia de la Eucaristía), Cristo continúa presente en los fieles reunidos, en el sacerdote y también en el pan y el vino.
- Si en la primera parte se nos invita a recibir y acoger a Cristo que nos habla, en la segunda parte, también se nos invita a recibirle bajo la apariencia de pan y de vino.
- Si la primera parte de la celebración, la Palabra de Dios pide de nosotros la conversión y una conversión sincera de nuestra vida, porque no podemos escuchar a Dios y no cambiar nuestra vida, la segunda parte la presencia de Cristo en el pan y el vino, piden de nosotros también la conversión, porque no podemos unirnos al Señor y no vivir imitándole.
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