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El Señor se hace presente entre nosotros; pedimos perdón a Dios; le alabamos con el Gloria; y escuchamos la palabra de Dios y el evangelio. El sacerdote nos habla. Confesamos nuestra fe y oramos pidiendo.
LA LITURGIA EUCARÍSTICA
Todo lo que hasta ahora se realizado en la misa (hasta la oración de los fieles) se llama Liturgia de la Palabra. Una vez terminada esta, va a comenzar la llamada Liturgia de la Eucaristía. Es frecuente hacer un paralelismo la Última Cena de Jesús, donde en la primera parte les lava los pies (acto penitencial), les habla (lecturas) y sólo una vez realizando esto, pasa a entregarles el pan y el vino convertido en su Cuerpo y en su Sangre. Esta segunda parte de la cena de Jesús, correspondería a la Liturgia Eucarística.
Podemos con verdad decir que es la parte central de la misa, o si se prefiere la parte hacia la que se dirige la celebración y en la que culmina. En cierto modo, la Liturgia de la Palabra sirve de preparación a la Liturgia de la Eucaristía. No debemos, sin embargo, considerar la Liturgia de la Palabra como una mera preparación, como si no tuviera valor en si misma. Uno de los frutos de la renovación de la liturgia del Vaticano II es invitarnos a apreciar mejor la riqueza de la Palabra de Dios, y sobre todo cuando forma parte de la celebración de la misa.
En otros tiempos era frecuente esta “menos-valoración” de la Liturgia de la Palabra, y se llegaba de decir que si llegas al credo, la misa “valía”. Con esta actitud, dejamos en segundo lugar la Palabra de Dios y con ello la celebración completa de la Eucaristía.
EL OFERTORIO
La liturgia de la Eucaristía comienza con el ofertorio. Puede parecer un simple rito preparatorio, pues nos sentamos y esperamos a que el sacerdote prepare el altar con el pan y el vino. Parece que no tenemos nada que hacer. En la antigüedad era más fácil ver el sentido del ofertorio, porque para celebrar la misa con frecuencia era necesario que alguien llevara el pan y vino que se consagraría durante la misa. Presentar el pan y el vino, ofrecerlo al sacerdote para que lo colocara en el altar, no era algo simbólico, sino algo muy real.
Además, se aprovechaba para que los que asistían a la celebración llevarán bienes necesarios para luego ayudar a los pobres (de aquel gesto, queda entre nosotros la colecta). Con frecuencia lo que muchos fieles podían llevar, sobre todo en zonas más rurales, eran los frutos de su trabajo, agrícola o ganadero. No es de extrañar por lo tanto que el sacerdote después de recogerlos tuviera que lavarse las manos antes de continuar, aunque hoy día no es este el sentido que tiene.
En el ofertorio pues, el sacerdote presenta al Señor el pan y el vino, que en definitiva son nuestra ofrenda, aunque no hayamos participado directamente en su preparación. Pan y vino, son elementos humanos, cotidianos, que son lo que podemos ofrecer al Señor, y de los que Él se sirve para transformarlos en su cuerpo y su sangre. El simbolismo es claro: lo humano es ofrecido al Señor para que él lo transforme. No es por tanto el momento de “relajarse” y dejar hacer al sacerdote. Es el momento de presentar al Señor, interiormente toda nuestra vida, alegrías y penas. No es propiamente un momento de oración de petición, sino de ser conscientes de que Dios quiere tomar nuestra vida y todas sus circunstancias y dales un nuevo valor, transformarlas.
Esta actitud que hemos de tener durante el ofertorio se ve reforzada por que el sacerdote después de poner el vino en el cáliz, también añade una gota de agua. El simbolismo el claro: si el vino se va a transformar en la sangre de Cristo, esa gota de agua, muy poca cosa, indistinguible del vino convertido en la Sangre de Cristo, se va a entrelazar, se va “convertir” también en la Sangre de Cristo. Se muestra así el sentido correcto del ofertorio, que es una invitación a ofrecernos a nosotros mismos y a unirnos al mismo Cristo.
LAVATORIO
Terminada la presentación del pan y el vino, el sacerdote lava sus manos, un gesto que sin duda hoy no sería necesario como algo práctico pues no se ha manipulado nada que pueda estar sucio, pero tiene un valor penitencia y pedagógico pues indica la pureza y limpieza del que se va a acercar y tener en sus manos el cuerpo de Cristo.
Algunos sacerdotes lo omiten argumentando que no es necesario lavarse las manos como si hubiera alguna impureza o alguna cosa sucia, pero ignorando esta expresión de respeto al Cuerpo de Cristo.
INVITACIÓN A ORAR
El sacerdote invita a todos los asistentes a orar; “Orad hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro…”. Y es que la celebración de la misa, “este sacrificio”, no es cosa de uno, sino de todos los presentes. No es el sacerdote, sólo, el que celebra la misa, sino que cada uno en su lugar, y a su manera, ofrecer también la misa. ¿Qué hacemos sino en la celebración? Ofrecernos, por mediación del Sacerdote, a Cristo, y unirnos a Él en su entrega a los discípulos y al Padre.
La oración con la que contestamos ya la realizamos de pie, que es lo adecuado cuando queremos orar con intensidad.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
La recita sólo el sacerdote, aunque nos unimos a ella con nuestro “Amén”.
Esta oración nos ayuda a profundizar en el sentido de la fiesta o celebración que estamos realizando.
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